martes, 28 de octubre de 2014

A mí sí me gustan las pelis de Disney (e ideas sobre escritores).


Hace años comencé a leer en internet que las pelis de Disney no aportan valores positivos para la mujer, que no nos enseñan cómo es la vida real, que nos venden un tipo de relación amorosa que no existe... y así un sinfín de ideas más.

Pues qué queréis que os diga, desde que tengo uso de razón esas películas me han hecho sonreír. Y aprender.



Aún sabiéndome los diálogos de memoria de películas como La sirenita, Mary Poppins, La tostadora valiente, Cariño, he encogido a los niños, Colmillo blanco... nada me llevó a pensar que debía quedarme en casa a, por ejemplo, esperar al hombre de mi vida y que todo, tras el primer beso, sería perfecto y comeríamos perdices.
Los niños reciben los valores no del cine, sino de las personas de su entorno más cercano, es ahí cuando su confianza se asienta. Mis padres (y mis maestras) alimentaron esa forma de ser mía: si quiero algo trabajaré hasta conseguirlo
Mi amiga María, la maestra más genial que conozco y a la que todos los niños quieren, coincidirá seguro conmigo. 

Creo que no se deben mezclar dos conceptos que nada tienen que ver. El cine tiene numerosos propósitos. El más importante es contar historias. Y las películas de Disney, bajo mi punto de vista, nos han contado -y nos cuentan (WALL-E y Ratatouille, más nuevas, son de las mejores películas de Disney)- historias preciosas. De lucha, de superación, de amistad, de amor (de toda clase), de ilusión, de pérdida, de aceptación. Creo que son grandes valores.

La última, de hecho, ha sido algo totalmente inesperado. Ha sido pura evasión. Hace meses escuché a Lana del Rey cantando Once upon a dream, la canción principal de la película Maléfica. Indagué un poco entonces y solo leí críticas regulares. Algunas bastante malas. Así que me quitaron las ganas de ir al cine.



Ayer, después de días muy duros de trabajo, tenía unas horas libres por la tarde y como estoy acatarrada decidí sentarme sobre el sofá con la infusión de eucalipto cerca y me puse a ver Maléfica sin muchas expectativas.
Después de hora y media que ha parecido correr más de lo habitual, he terminado con una sensación muy positiva. La historia me ha enganchado y me ha mantenido en vilo hasta el final, además de un desenlace que no esperaba en absoluto.
Esta versión es novedosa, distinta a la clásica de Disney, pero nos habla también del amor. De otro tipo de amor.


He buscado a los guionistas (a veces me gusta conocer a esas personas que trabajan en la sombra y nos hacen disfrutar como enanos mirando una pantalla) y encontré un nombre de mujer: Linda Woolverton.

Leí sobre su trayectoria y de nuevo unas cuantas sorpresas. La primera: esta mujer es la guionista de El rey león y de La bella y la bestia, entre otras muchas. Quizá mis dos películas Disney favoritas. Esa mujer tiene un don, sabe llegar al espectador y tocarle ahí dentro. Y hacer que esas historias vivan dentro de nosotros para siempre. Me parece casi mágico.

La guionista Linda Woolverton

La segunda cosa que descubrí es que para llegar a hacer estos impresionantes guiones, antes tuvo un largo recorrido en ese mundo.
¿Recodáis la serie Chip y Chop? o ¿Daniel el travieso? Pues algunos capítulos los escribió ella.


Esto me ha llevado a  pensar algo que me ha hecho gracia y que me ha impresionado: esta guionista-escritora, empezó por la base, por lo más simple. 
Comenzó escribiendo historias de veinte minutos que casi nadie recuerda hoy. Pero trabajó día tras día, se instruyó, aprendió y mejoró hasta llegar a hacer películas que, nos gusten más o menos, forman parte de la cultura mundial.

Me gusta pensar que los nuevos escritores tenemos ese potencial. (Digo “tenemos” incluyéndome a mí con la boca muy pequeña.)

Me gusta alternar lecturas de clásicos con nuevos escritores, y de estos cada mes, cada semana prácticamente, cae alguno en el panorama literario. Creo que es algo muy grande.
Que las editoriales se hayan abierto a publicar a personas desconocidas abre el abanico de posibilidades de encontrar a alguien brillante. Solo hay que esperar unos años en los que esa persona trabajará duro. Linda escribió guiones de Daniel el travieso en el 88. Y El rey León en el 96. 
Lo dicho, en unos años habrá estrellas literarias brillando en las librerías



martes, 21 de octubre de 2014

Gattaca y nuestros sueños.

Hoy quería hablaros de una de mis películas favoritas. Volví a verla hace unos días y la sentí más cercana que nunca. Hablo de Gattaca, con Ethan Hawke, Uma Thurman y Jude Law.
La vi por primera cuando tenía unos catorce y me impresionó profundamente.

Una breve sinopsis es la siguiente:
en un futuro no muy lejano hombres y mujeres nacen todo lo perfectos que pueden ser gracias a la ingeniería genética. Los avances cientifico-tecnológicos han permitido conocer todo, de todos, con una simple muestra biológica (una gota de sangre, un pelo, unas escamas de la piel...). Así surgen castas que dominan el horizonte de la sociedad: los válidos acceden a los mejores trabajos, parejas, vidas. Los no válidos (aquellos propensos a enfermedades, a depresiones, inestables de alguna forma) permanecen en la parte más baja del entramado social. Aquí encontramos al protagonista, llamado Vincent Freeman e interpretado por mi adorado Ethan Hawke.

Pero... ¿qué ocurre cuando la ilusión por alcanzar tu sueño hace que sobrepases ese nivel impuesto por la sociedad e incluso por tus propios miedos?




Ese es el motor de la historia de esta película: Ethan Hawke, perdón, Vincent Freeman hará todo lo posible por convertirse en un válido. Con un 99% de posibilidades de morir de una dolencia cardiaca se las ingeniará para conseguir una identidad nueva.

Con un sinfín de trucos nuestro protagonista intentará “engañar” al sistema para acceder a su trabajo soñado: viajar al espacio en una misión exploradora.




El mensaje que extraigo de esta película es múltiple, pero me quedo con el que más me marcó cuando tenía catorce años: si realmente quieres algo, debes saber que nada se interpone entre tu sueño y tú.
Pensaréis que estoy loca. Puede ser. Porque hay sueños y sueños.
De niña, tras leer Drácula, quería convertirme en vampiro, ser inmortal y convertir a toda mi familia para no perderles nunca. Era mi sueño infantil más importante. (Seguro que no acabaremos bebiendo sangre y celebrando la entrada del año 3215 todos juntos, pero ¿sabéis qué? con mis novelas, aunque solo sea un poquito, estoy dejando la huella de mi familia y la mía propia. Porque en todos los personajes y situaciones hay algo mío y de ellos, quizá sea mi forma de hacernos inmortales...)

En fin, no quiero irme por las ramas. Desde hace muchos años, más o menos desde que dejé atrás la niñez allá por la época en la que vi Gattaca por primera vez, en mi cabeza se metió una idea que sigue acompañándome, es la siguiente: pienso que vivimos en una época (y en un continente) que nos permite alcanzar casi todos nuestros sueños. Con esfuerzo e ilusión, con trabajo y voluntad, podemos conseguir casi cualquier cosa que imaginemos. En serio, lo digo de verdad.

Si nos hubiera tocado vivir en... la India, por ejemplo, y hubiésemos querido ser... veterinarias, por ejemplo, viviendo en una familia de las estadísticamente abundantes allí, lo tendríamos bastante complicado (por no decir casi imposible).
Si en vez del lugar, cambiamos la época, y nos ponemos en el año... 1326, aquí mismo en España, seguro que también lo habríamos tenido francamente difícil para conseguir estudiar en la Universidad.
Lo de estudiar una carrera es el primer ejemplo que se me ha ocurrido. Podemos extrapolar esa idea a otras muchas: viajar y descubrir el mundo (aunque solo puedas permitirte un viajecito al año, o cada dos, es mucho más de lo que otros pueden hacer), casarte por amor (en serio, no todo el mundo puede (o quiere) hacerlo), tener un trabajo digno y remunerado...


Vivimos en un mundo rápido y a veces olvidamos nuestros sueños y aquello que nos dibuja una sonrisa (o una carcajada) en la cara. Parémonos unos minutos. Hurguemos en nuestras cabezas. Y preguntémonos (como dijo Walt Disney) si lo que estamos haciendo hoy nos acerca a nuestra felicidad.
En un mundo en donde casi todo es posible, ¿no creéis que podemos luchar por nuestros sueños? Si ya estás viviendo el tuyo, disfrútalo. Y si aún no lo estás tocando, no te rindas: coge fuerzas, respira hondo y ve a por él. Te está esperando. 



* Por cierto, nada más escuchar las primeras notas en este último visionado, me di cuenta de que el compositor era Michael Nyman, el autor de la música de El piano, otra de las películas y bandas sonoras de mi niñez-adolescencia. Grandísimo. 


Si os apetece saber más de Gattaca, aquí podéis leer el post de un colega: 
http://www.hablandodeciencia.com/articulos/2012/12/22/resenas-hdc-gattaca/


martes, 14 de octubre de 2014

Comer, cenar y dormir en Madrid


Ya os adelantaba en el post anterior que este nuevo hablaría sobre dónde comer, cenar y dormir en Madrid.
Siento que mi casa es mi nido. En ella me siento feliz, tranquila y cómoda. Sin embargo salir de ella (más bien del entorno diario) de vez en cuando viene genial para resetear la mente.

Hace unos días tuve que viajar a Madrid para asistir a una reunión con mis editores (de ella os hablé aquí). Pudo haber sido ida y vuelta en el mismo día, pero nos apetecía (a mi marido y a mí) quedarnos una noche para disfrutar de la ciudad y de nuestros amigos allí. Hoy quiero contaros por dónde nos movimos, porque sin duda fue una de nuestras mejores visitas a Madrid. 


Dónde dormir: 
Nos alojamos en el hotel Vincci Vía 66. Ya lo habíamos hecho antes (hace unos años cuando asistimos al musical Mamma mía, que por cierto nos encantó) y quisimos repetir. ¿Las razones? La terraza superior, el super buffet del desayuno (uff... como más con los ojos que de verdad, siempre voy con muchas ganas y queriendo ser seducida por todos esos alimentos tan bonitos y luego desayuno "normal"...), la habitación enorme y las vistas... En fin, eran muchas las razones para repetir. Y no nos defraudó, al contrario: la habitación de este año era aún más grande, ¡la cama era kilométrica! y el baño gigante. 

Hotel Vincci Vía 66, Madrid

Hotel Vincci Vía 66, Madrid

Hotel Vincci Vía 66, Madrid

Hotel Vincci Vía 66, Madrid

Hotel Vincci Vía 66, Madrid



Primera parada: COMIDA del viernes.
Pedimos consejo a una amiga y ella tras consultar con otras personas sobre restaurantes “exóticos”, nos habló del Tandoori Station, un restaurante hindú en el barrio de Salamanca. Acierto total. Repetiremos seguro.
Pedimos el menú degustación. Se compone de varios platos típicos de la India que se sirven como si fueras avanzando en un viaje de norte a sur por el país. Para que me entendáis, imaginad que empezáis por una mariscada gallega, luego un cocido madrileño y luego termináis con una paella valenciana. Habréis recorrido España entera en hora y media y sin moveros de la mesa del restaurante. Una gozada.
Los camareros super atentos y cuidadosos. Nos explicaron cada plato y cada salsa.

Restaurante Tadoori Station, Madrid

Tandoori Station, Madrid


Lo cierto es que acababa de salir de la famosa reunión y mi grado de excitación era altísimo aún, estaba tan nerviosa que al intentar cazar con mi tenedor una samosa, lancé al suelo un trozo de verduras rebozadas en harina de garbanzo, ¡qué vergüenza! Menos mal que uno de los camareros se acercó como que no quiere la cosa y lo recogió sonriéndome. Una gozada, de verdad. Os lo recomiendo si os gusta innovar en gastronomía.


Segunda parada: CENA del viernes.
Curiosamente la noche del viernes coincidimos con otro amigo de Salamanca en Madrid así que nos juntamos todos para salir a cenar. Sin querer todos nos pusimos de acuerdo en que queríamos ir a un sitio diferente del típico restaurante castellano en donde el plato estrella es un chuletón. Así que nuestro amigo mitad salmantino mitad madrileño apostó por sacarnos fuera del centro y nos llevó a un restaurante iraní regentado por una familia: Mr Kabab
A mi entender el local quedaba un poco lejos del cogollo. Nos habíamos alojado en la Gran Vía y tardamos algo más de media hora en llegar al sitio cogiendo el metro. (Después volvimos en coche y la verdad es que no tardamos ni diez minutos en llegar a nuestro hotel).
El local es pequeño, recuerdo unas seis u ocho mesas de diferente tamaño y una barra tamaño mini a la entrada. La decoración era la típica oriental pero no saturaba, al contrario, daba un aire acogedor y cálido. Todo estaba impoluto y olía a limpio. (Comento esto porque este amigo nuestro hace años nos llevó a un antro en donde tuve por compañera de mesa a una pedazo de cucaracha marrón...) 

Restaurante iraní en Madrid


La atención de la camarera no pudo ser mejor: una chica con rasgos marcados, morena, delgada, muy guapa y con una bonita sonrisa nos atendió durante la cena. También había un chico muy amable y un tercer hombre, puedo suponer que era el padre de ella por la edad y los rasgos.
La comida estupenda: sencilla, bien elaborada, sabrosa, casera, mediterránea. ¿Qué más se puede pedir?
Los chicos pidieron una parrillada de carnes aderezada con salsa, arroz y ensalada. Yo opté por pollo guisado con arroz. Buenísimo, con el primer bocado me trasladé años atrás porque me recordó a un guiso que hacía mi madre.
Para beber pedimos la bebida iraní “dug”. Leche con gas y sal. En teoría parece un poco raro, ¿verdad? Pero cuanto más bebíamos más nos gustaba.
Los postres... imaginaos cómo son los postres árabes: muy dulces, melosos y crujientes. Pedimos también uno típico iraní con agua de rosas, leche y arroz. 
También repetiremos. 


Tercera parada: COMIDA del sábado.
De esta no tengo ni una foto porque el encuentro en sí fue tan emocionante que me olvidé de la cámara del móvil. Quedamos a comer con mi amiga la escritora, Lidia Herbada. Era la primera vez que nos veíamos en persona, hasta entonces nuestras largas conversaciones habían tenido lugar mediante emails.
Quedamos en la estatua del Oso y el Madroño y nada más vernos comenzamos a hablar como si lo hubiéramos hecho mil veces antes. ¿Silencios incómodos? ¡Ninguno! ¿Temas delicados? ¡Para nada!

Fuimos a tomar algo a la terraza del Círculo de Bellas Artes, estaba todo reservado pero el camarero, un tío muy majo, nos dejó sentarnos en una mesa enorme con unas vistas de la ciudad increíbles.



Tras eso recorrimos algunas calles en busca del restaurante que Lidia había elegido, un griego estupendo en el barrio de las letras de Madrid. El lugar era sencillo pero encantador. Pedí un hojaldre relleno de pollo y verduras que estaba de vicio. Compartimos una ensalada griega y de postre pedimos el de degustación.

¿Repetiremos? Seguro que sí. 

Entre medias quedaron muchos paseos, algunas compras, cervezas, pasteles, muchas risas y dolor de pies. Solo a mí se me ocurre estrenar zapatos en Madrid... 

Barrio de las letras, Madrid
Un rincón amoroso en el Barrio de las Letras que me recordó a mi tercera novela, ya lo entenderéis. 

Borges en Madrid
Uno de los mejores.

Algunos libros chachis
Algunas de mis nuevas adquisiciones. 


A la vuelta nos esperaban nuestros chiquitines, el alma de nuestra casa. 


El domingo todo fue reseca de la buena, la que queda tras muchas emociones. Fue fruta, agua, nuestro sofá, nuestra comida, nuestra cama...Y Gattaca, que me encanta desde la primera vez que la vi. Ya os hablaré de ella. Seguramente en el próximo post :) 
¡Un abrazo! 




martes, 7 de octubre de 2014

Reunión con los editores y más


Hasta ahora mi blog ha servido para contar a aquellas personas interesadas cómo han ido evolucionando mis primeras novelas desde aquel día en que decidí autopublicar Las hojas de Julia en amazon.es hasta los últimos acontecimientos.
Pero llevo un tiempo pensando en que me gustaría enriquecerlo con otro tipo de artículos. Me gustaría compartir con vosotr@s, lector@s, libros, películas, opiniones, restaurantes, hoteles, recetas, experiencias… Así que como primer post enriquecedor he pensado en escribir sobre mi visita a Madrid del fin de semana pasado.



Mi editora y yo llevábamos tiempo queriendo tener una reunión y por fin conseguimos cuadrar un día. Además estrenamos las nuevas oficinas de Penguin Random House en Madrid.

La primera impresión no pudo ser más especial. Llegué al edificio, una mole de los años setenta en pleno centro de Madrid, algo nerviosa. Tras indicar mi nombre y apellidos (primera duda: ¿debía decir mis apellidos reales o mi adorado Jeunet?) la recepcionista me entregó una tarjeta de visitante. Sí, como las que aparecen en las películas.
Accedí al lugar indicado por el ascensor y al pasar al hall de la planta me sorprendieron un montón de obreros trabajando con una luz, digamos, tenue. Giré la cabeza en busca de la oficina y... ¡diana! Allí estaba el logo de Penguin Random House tirando de mí igual que un imán de un clavo. El timbre esperaba ser presionado. Apreté y la magia empezó.

María Jeunet en Penguin Random House

Un par de pesadas puertas daban paso a una oficina increíblemente luminosa. Increíblemente no, porque esa cantidad de luz natural era consecuencia de los enormes ventanales que flanqueaban cada pared del espacio.
Los colores corporativos, blanco, negro y naranja, estaban repartidos de forma que toda la oficina parecía una tarjeta de empresa. Era cálida, espaciosa, divertida y eficaz.

Buscar editorial
El lugar era similar a este, pero mejor :) 

Buscar editorial
Nos reunimos en una despacho acristalado, mucho mejor que este ;)


Cada persona con la que traté era luminosidad. Me arroparon durante toda la visita y me enseñaron mucho. Cada charla me aportó algo nuevo. Desde la amable recepcionista, que con su sonrisa me transmitió confianza, hasta las chicas de marketing, unos soles andantes llenos de ideas e ilusión. Mis editores, Ana y Pablo, se desvelaron físicamente como unos currantes. Ya tenía esa sensación desde hacía tiempo, pero verles en vivo no hizo más que corroborar mis sospechas. 
Entré nerviosa. Y salí mucho más debido a la emoción. Dentro de la sala de reuniones se cocieron muchas ideas, muchos proyectos y algunos sueños.
Soy de la opinión de que con esfuerzo e ilusión podemos conseguir casi cualquier cosa que nos propongamos. Así que hoy, varios días después de haber vivido esa experiencia que ni en mis mejores sueños pude contemplar, mis grados de ilusión y ganas de trabajar duro son más altos que nunca.

En breve podré contaros más cosas de esa reunión, pero aún no es el momento, ¡espero que lo entendáis!



El fin de semana no pudo ser mejor: entre muchas de las cosas buenas que me llevé está el conocer a algunas personas relacionadas con este nuevo mundo. Entre ellas me gustaría destacar a la bloguera Nieves Villalón (la administradora de genial blog Mundos de lectura) y a la escritora Lidia Herbada (autora de 39 cafés y un desayuno, Dame un mes soltera, Sinfonía de silencios...). 

A Nieves le guardaré siempre un especial cariño porque fue la primera persona que reseñó Las hojas de Julia, su opinión tuvo mucho peso para mí porque esta chica es una grandísima lectora (se le iban los ojos a Cortazar y Schopenhauer en la librería madrileña La Central de Callao) y fue la primera que me dio una visión externa a mi entorno. Charlamos, paseamos, nos reímos, nos contamos confidencias y nos tomamos un zumo y un café. Y lo mejor: prometimos repetirlo pronto.

María Jeunet y Nieves Villalón, del blog Mundos de Lectura
A Nieves no se le escapa ninguna, me regaló un detalle de su último viaje a París y además se acordó de hacernos una foto antes de nuestra despedida. 


Lidia Herbada entró en mi vida gracias a Twitter. Desde que comencé, esa chica me ayudaba a difundir Las hojas de Julia cuando estaba a la venta en amazon por un eurito retuiteando cada enlace. ¡Y sin conocerme de nada! Simplemente se movía porque cada poro de su piel rebosa generosidad. Siempre le estaré agradecida porque ella aportó no uno, aportó un montón de granos arena para formar la gran montaña que llamó la atención de mi editora en Suma de letras. Conocerla y compartir con ella esas (y las anteriores) horas de charlas ha sido una de las cosas más bonitas que me ha pasado en la vida. Sé que estamos unidas recientemente, pero sé que será duradero. 
Esta es su página web: http://lidiaherbada.com/

Como olvidamos hacernos una foto Lidia y yo, os dejo las imágenes que capté de su novela 39 cafés y un desayuno en Casa del Libro y en la Fnac. 


Y qué más puedo contaros... Viajé con mi marido, mi gran apoyo y fuente de buenos momentos en la vida. Nos alojamos en un hotel chulísimo en la Gran Vía, el Vincci Vía 66. Nuestra habitación era preciosa, enorme y con varias ventanas en chaflán desde las que veíamos la Plaza de España. 
Comimos mejor que nunca, gracias indudablemente a las recomendaciones de nuestros amigos. Pero eso lo dejamos para otro post, quizá el próximo. Quizá el próximo sea algo como: dónde comer, cenar y dormir en la capital ;) 

¡Hasta más ver, amig@s!  Buena noche... ♥