Empiezo este blog con la ilusión de compartir con vosotros, los lectores que dais vida a cada historia, parte de mi recorrido como "imaginadora de historias".
Tengo treinta años. Y en esos más de 10.000 días que suman desde que nací me ha dando tiempo a hacer muchas cosas: estudiar la carrera más bonita e interesante del mundo, hacerlo en compañía de mi amor, crear mi propia empresa, aprender a sobrellevar el estrés que el día a día genera, e incluso con el tiempo, he aprendido a utilizarlo de forma positiva :)
Una de mis vías de escape (hasta la fecha la más eficaz) ha sido la imaginación. Cuanto más estrés tengo (o sea: más energía acumulada dentro de mi cabeza y pecho), más historias aparecen bailando por los rincones que crean mis sinapsis, más ideas, más personajes, más escenarios...
Hace poco más de un año, en un viaje a París, imaginamos (mi marido y yo) cómo sería vivir una historia de amor en la ciudad de la luz. Podéis imaginar que las ideas brotaban igual que las hojas de los árboles que crecen en la Plaza Juan XXIII.
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Imagen de: http://parisinfourmonths.com/2013/05/ |
La vuelta a la rutina encerró a esos primeros personajes en una habitación situada debajo del trabajo y las responsabilidades diarias. Pero semana tras semana, esas ideas (esas personas que ya tenían nombre, trabajos, gustos y mascotas) iban empujando la caja de la imaginación hacia la superficie. Hasta que llegó un día, a mediados de Enero de este año, en que no me quedó más remedio que sentarme a observarles directamente dentro de mi cabeza y con ello empecé a contar sus historias.
Mi primera obra estuvo terminada en tres meses. Más otros dos corrigiéndola, total: cinco meses para colocar una sucesión de palabras que contaban una historia que hasta entonces sólo había tenido forma en mi cabeza.
Y llegados a ese punto ¿qué podía hacer?
La respuesta fue sencilla, natural y llegó nada más colocar la palabra "fin" (de forma definitiva): seguir escribiendo.
Pero con esa respuesta surgió una nueva duda, perdón: varias nuevas dudas: ¿para qué escribo? o mejor, ¿para quién escribo? ¿realmente quiero que alguien vea lo que hay en mi cabeza?
Estoy segura de que todo aquel que ha creado algo con sus manos, su cerebro y su corazón siente dos emociones complementarias que no pueden vivir la una sin la otra: por una parte está el orgullo de la creación. Pero por otra está el miedo a que te descubran.
Y entonces, ¿cuál es la solución?
En mi caso, aún no lo tengo claro. Esa es la verdad.
Hay días en los que me encantaría que los lectores sintieran la vida a través de mis escritos.
Pero otros días pensar en ello es como imaginarme saltando a un abismo... Y la duda más grande es: ¿Qué habrá cuando llegue abajo? ¿Un cálido mar que me acogerá y me hará sentir mejor? ¿O una superficie fría y dura que hará que me arrepienta de haber saltado?
Ordenando las ideas que extraigo tras leer experiencias de personas que alguna vez estuvieron en mi lugar, todo me lleva a pegar un salto al vacío. Pero con cuerda ;)
Seguiré trabajando cada día en mi negocio, seguiré luchando/bailando contra/con el estrés y seguiré escribiendo. De eso estoy segura. Y lo intentaré. Quiero saltar.
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Viajero sobre un mar de nubes, 1818 Friedrich. |